martes, 8 de diciembre de 2009

Madrugadas en tu colchón

Tres tipos de narradores:
Omnisciente;
personaje;
y testigo.


Por Nicolás Fogolini

Esperaba que se levante. Desde hacía media hora que él ya no podía dormir. Y vale la pena aclarar, hacía tan solo dos horas que se acostaban. Porque esa noche era una de aquellas que no se tienen que acabar, resultó una de esas mañanas que no se llegan a diferenciar de la noche. O como reflexiona la canción que suena en su mente “que entre los dos siga siendo ayer noche hoy por la mañana”.
Impaciente se para a poner el agua para el mate. Deseando que el chiflido de la pava sea quien la despierte. Porque si él la despertaba no era lo mismo. Si lo primero que escuchaba era su voz, sería diferente. En cambio, un pequeño sonido y el olor a tostadas recibirían su día de otra manera.
(Él pensaba mientras acariciaba su pelo)
Pasaron ocho minutos y tal como lo esperaba el silbido se hacía oír. De a poco la chica entreabría los ojos. La luz que encontraba las hendijas de la persiana no favorecía para que se concretara el momento tan esperado.
(Pasaron algunos minutos más. Él ya tenía las tostadas y la miel sobre la cama. La pava sonaba distinto, ya no era un silbido sino la tapa que se movía al dejar caer el agua sobre el mate)
El contraste de la claridad del agua y la profundidad que lograba la vista del muchacho con la cara de aquella dama, parecía un cuadro. En primer plano el mate, con su bombilla y su yerba El agua de la pava cayendo y creando burbujas (espuma como la del detergente). Detrás, de fondo (pero no en segundo plano de importancia) la cara de la chica, en el mismo momento en que sus pestañas lograban despegarse de la parte inferior de los ojos. La luz la molestaba, pero él veía el reflejo sobre los ojos que iluminaban su día.
(Durante más de cuarenta minutos las caricias no cesaron. Tampoco la charla de los que habían vivido esa noche, quizá aquella mañana. Con mates de por medio aunque nunca interrumpiendo sus miradas).
El momento llegaba, el que no deseaban, la despedida. Ambos se visten despacio, como no queriendo llegar al final. La muchacha entra al baño y él sólo reacomoda sus pertenencias. Sabe que lo espera una mañana de limpieza y de música. La chica sale y lo mira. Él le habla con su mirada llena de palabras, llena de sentimientos pero vacía de certezas.
(Caminan hacia la puerta. Toman el ascensor. Salen y bajan los últimos cuatro escalones que se encuentran fuera del edificio)
La chica (con su vos llena de tristeza y emoción. Con su dicha tan ambigua pero entendible. Con una sensación de incertidumbre) - Chau!
Él habla tan sólo con su mirada y con su beso. La noche anterior le había confesado que hay sentimientos que son indescriptibles, situaciones en las que el silencio o una mirada dicen mucho más que dos simples y usadas palabras.

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¿Qué hora será? Se preguntaba mi mente. No dormimos mucho pero yo no tenía sueño. Quizá porque tenía que disfrutar de ese momento. Quizá que si dormía estas últimas horas que van a pasar sólo pararían. Porque cuando las cosas pasan… pasan. Y después qué. Solo nos queda hablar de un pasado y recordar para sonreír.
Por todo ello me levanté para poner la pava y esperar. No quería hacer ruidos para que despertara sino que quería que algún sonido fuera la causa que interrumpiera su sueño o mejor dicho, que recibiera su día.
Pasó un ratito y mientras acariciaba su pelo la pava me alertó que el agua del mate ya estaba caliente. Fui a buscarla y recordé sacar las tostadas del fuego antes de que se quemen. La miel solo tuve que bajarla de la mesa al colchón que, circunstancialmente, se encontraba en el piso del comedor.
Cebo mi segundo mate y la tapa de la pava fue la excusa que estaba buscando. Miro que no se vuelque el agua pero detrás de ese mate casi lleno encuentro su cara y veo cómo se abren los ojos marrones que se iluminan y reflejan el rayo de luz que atraviesa la persiana a media asta.
Ella no puede dejar de darme conversación. Cada segundo es bueno para algún recuerdo de lo que habíamos vivido. Me hablaba de una mano posada en su mejilla o de la tormenta que generábamos cuando se encontraban nuestros labios. Aunque también de algún sueño, un poco real y del sentimiento y la sensación que le generaba cuando alguien acariciaba su pelo.
-“Es una de las cosas que más me gustan”, me dijo acompañada de una sonrisa. Y yo dejé escapar una pequeña carcajada (suave y pícara) que fue aceptada y resuelta con un pellizcón sobre el muslo de mi pierna izquierda.
Eran los últimos momentos de esto y por eso yo dejé que mi expresión no fuera oral. Mientras la miraba pensaba en las cosas bellas que habíamos vivido y que no lo tendría que arruinar con ninguna palabra. Pienso, como le dije esa noche (quizá esa madrugada) que el ser humano hace mal uso de la oralidad y que no disfrutamos de las capacidades que tenemos para comunicarnos. Una mirada, una sonrisa o alguna caricia, en muchas situaciones dicen (expresan) mucho más que cualquier palabra.
Mientras entra al baño no puedo dejar de mirarla y de pensar que no quería caer en la realidad de ese momento; no quería despedirla. No era sólo que era conciente que al rato estaría ordenando mi casa, aunque con compañía de la música, sino que sería una despedida incierta, sin ninguna certeza del “hasta cuándo”.
Ella sale y toma sus cosas. Yo, mientras, abro la puerta que había dejado sin llave, como de costumbre (el departamento no suele ser peligroso y si alguien se hubiese acercado para abrir la puerta esa noche no se hubiera atrevido a interrumpir la pasión). Caminamos hasta el ascensor custodiados por sus palabras. Yo, sólo miraba. A sus ojos los acompañaba una especie de angustia, a los míos un “destello de felicidad”, según lo que ella me refería. Pero sólo un destello porque en unos minutos la incertidumbre seguro se apoderará de ellos.
Un apretón y un abrazo son los que están acompañados por un ruido –“Chau!”, se despide aunque yo no hago otra cosa que mirarla, darle un beso. Que los prefiero antes que dos palabras tan infamadas. Prefiero esa hermosa sencillez.

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Él se despertó primero y esperó acostado a que ella abra los ojos. La miraba y acariciaba su pelo. No hablaba y ella respiraba profundo.

Se paró y vino hacia mí. Me recargó el peso pero al mismo tiempo me ayudó a frenar con el frío que venía pasando. A mi lado prendió otro fuego para tostar un poco de pan.
Hay códigos entre nosotros por los que pudo ir a recostarse otra vez con la muchacha (aun dormida) tranquilo de recibir mi llamado en forma de silbido. Lo hice suave así no interrumpía el sueño de la chica.
Ante mi llamado él decidió acercarme a la cama y consiguió hacerme compañía con un viejo tarro de miel, que se encontraba en la mesa. Preparó todo y me tomó de la manija. Me inclinó y yo entendí que debía dejar escapar el agua. Aunque eso resulte quitarme un podo de calor es favorable porque lo hace también con el peso que cargo.
El segundo momento que me agarró y me puso cabeza abajo me fue inevitable respirar, por lo que al ingresar aire hice un poco de ruido que interrumpió el sueño de ella.
Abrió los ojos y me miró, pensé que se enfadaría conmigo pero después me di cuenta que atrás mío se encontraba él. Yo en el medio pero sin interrumpir. No hice ningún ruido más. Dejé que libremente el muchacho me tome y me incline cuantas veces quiera. No di resistencia en contener el agua. Fueron muchas las veces que me agarró y me movió para todos lados pero no me molestaba. Era una situación agradable escuchar, y ser testigo, de todo lo que habían sido la noche anterior.
Al rato se besaron y cuando se miraron ella entró al baño. Él me llevó a mi lugar de siempre. Sobre la hornalla aunque fría porque no necesitaba fuego después de todas esas charlas que escuché.
Los veo como salen delante de mí y al cabo de unos minutos el chico vuelve solo, pone música y comienza a ordenar.

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